"También conoció a un gigante barbudo y ciego, tapado con gastadas mantas de ejército, que se hacía llamar Moondog. El hombre, de enorme tamaño y expresión hostil, pasaba ocho horas seguidas en la esquina del despacho de De, y solo toleraba a quienes le daban unos peniques de limosna. Al igual que un profeta bíblico, Moondog portaba un báculo y lucía un casco vikingo con cuernos. “La gente siempre me pregunta por qué visto así-solía decir-, y les digo que es mi manera de decir que no.”
En algunas ocasiones, mientras Moondog comía en una cafetería próxima a Carnegie Hall, Diane se sentaba con él, acompañada a veces por Amy, que hoy recuerda que el hombre “tenía una sonrisa espantosa”
Diane descubrió que Moondog se consideraba un músico serio, que había grabado varios discos y que había actuado en la televisión y en clubes nocturnos- No obstante, vivía de las limosnas. “No es algo degradante-decía-. Homero pedía limosna, y también Jesucristo. Fueron los calvinistas los que ordenaron que quien no trabaja no debe tener para comer.”
Moondog, hijo de un pastor episcopaliano, había llegado a Nueva York en 1942 y había adoptado de inmediato el sobrenombre de Moondog en homenaje a un perro que aullaba a la luna al que le había querido mucho. Al principio se había instalado en Time Square, en medio del tráfico, y durante años había tocado el “oo” y el “uni”, unos instrumentos de percusión que él mismo había inventado.
Alrededor de 1955 había decidido dejar de tocarlos por la muchedumbre que se reunía a su alrededor, y se había instalado en la calle Cincuenta y cuatro Oeste, donde hacía el papel de estatua entre los camiones y coches que pasaban volando junto a él. A veces vendía poemas que escribía en heptámetros rimados.
Diane le expresó su deseo de fotografiarlo, y él aceptó con una condición: que pasara la noche con él en su piojoso hotel de la calle Cuarenta y cuatro Este. “Es de suponer que Diane pasó la noche con él-dice De-, y también que todo lo que hicieron fue hablar. No sé con certeza lo que ocurrió; ella dijo que le había tomado fotos, pero a mí nunca me las enseñó. Al parecer, Moondog estaba casado y tenía un hijo pequeño, pero no se entendía muy bien con su muje.”
Diane hizo comentarios sobre la pequeña habitación de Moondog, infestada de cucarachas, que él adoraba porque tenía en su ventana palomas que aleteaban y se arrullaban: “Una pizca de naturaleza”. A pesar de ser ciego, sabía en qué lugar de la habitación estaban sus posesiones, como un atesorado trío: dos tambores triangulares, adosados a un címbalo. En él tocaba Moondog lo que un crítico llamó
A Diane le resultaba extraño fotografiar a un ciego “porque no pueden fingir expresiones; como no conocen sus expresiones, no pueden enmascararlas”.
Moondog no tenía la menor idea de lo que hacía mientras ella lo fotografiaba, no sabía que su cara grande y barbuda tenía una expresión tan relajada y magnánima que daba la impresión de estar borracho o flotando en el espacio."
Diane Arbus, Patricia Bosworth, Lumen, Barcelona, 2006, pp: 299-301